Tarde. Poco y nada sé. Únicamente la certeza de boca en boca de compañeros que lo conocieron, de su muerte. Murió de un infarto en febrero me cuentan. Solo, como un militante del silencio. O de la palabra comprometida. 

Esto es una semblanza, una aproximación a la estela que deja el paso de un hombre por las horas y los días de otros seres parecidos, causales. 

Conocí a Pachi detrás del humo de un cigarrillo que resbalaba sobre su calvicie y le hacia entrecerrar los ojos en la pitada. Fumaba esos cigarrillos paraguayos y conversaba suave.

Intelectual de calles de tierra  y guisos ahumados a leña.  

Peronista o socialista o kirchnerista. En realidad nunca se pide el carnet de identidad entre seres que a los dos pasos va a tu mismo tranco y sueña con el mismo futuro mas justo para los todos y los nadies. 

Versaba sobre economía social y era un andariego natural. Lo encontraba de casualidad en el colectivo, en las veredas de Posadas, urdiendo hilos de distintos colores, remendando roturas imposibles con una serenidad encomiable. 

Portador sano de utopías, Pachi fue juntando amigos como piedras raras que se dejan ver en las orillas de los ríos. Al verlo uno pensaba en un trovador, un trashumante de muchos caminos de norte a sur. 

Un buceador de la amistad a distintas profundidades. De repente llegó la noticia de que se fue a charlar con las estrellas. Tarea cumplida a puro abrazo. Un compañero era Pachi.  


Alcides Cruz